
Timoteo, aprendió a jugar con un balón en la escuela y, a partir de los
catorce años, empezó a desplazarse a los pueblos de la provincia para jugar,
siempre como guardameta, demarcación que
eligió porque “todos parecían locos por correr detrás del balón, pero
nadie quería ponerse de portero”, recordando, entre risitas, la anécdota de la
“los maletines” que le tuvo como protagonista, pues teniendo que disputar su
equipo la última jornada de liga estando ya salvado, subiendo en bicicleta en 1956 la Pasarela hoy conocida como Arco de Ladrillo, “dos jugadores rivales
me tentaron con doscientas pesetas por dejarme meter dos goles para no
descender”.