
De sus primeros
tiempos corriendo tras un balón, recuerda “los
sábados que me levantaba a
las cuatro de la
madrugada para acompañar a mi
padre a plantar vides al campo para, varias horas después, (pese al cansancio y
los largos desplazamientos en
bicicleta hasta el
barrio de La Victoria), jugar mis partidos con una gran ilusión”, anécdota
que refleja fielmente la que habría de ser una vida entregada a presentar una feroz
resistencia frente a
cualquier adversidad y una entereza despiadada frente a cualquier clase
de injusticia social, como la lacra de la droga que azotó el barrio de La Esperanza
hasta bien entrado el siglo XXI.