“Recuerdo muchas cosas bonitas de su vida,
pero especialmente, tengo muy grabado en la memoria los balones que se
agolpaban debajo de la cama de mis padres”, de manera que Paco de la Fuente, su hijo,
aprendió a esperar, con ilusión, el momento en que Félix o Felicísimo, (pues la
leyenda sigue envolviendo su verdadero nombre), le cogía de la mano para que lo
acompañara a entrenar, “siendo habitual ver a papá escribiendo a máquina las crónicas de los partidos que había
presenciado ese fin de semana y que hacía llegar a los periódicos Diario Regional o a La Hoja
del Lunes.